“El procés fue una locura y un enmierdamiento mutuo que algunos han entendido y otros no. Vinieron los juicios, los jueces y la pandemia. Algunos dirigentes se han pegado varios años de cárcel y otros no”.

 

A mí siempre me ha entristecido mucho que al leer un tratado sobre teatro español del siglo XX, apenas se hable sobre Adrià Gual o Salvador Espriú. O que al hablar del teatro medieval español no se hable sino del Auto de los Reyes Magos y nada de la formidable presencia del teatro litúrgico en Cataluña y Aragón. Dicho esto del teatro puede trasladarse a otras áreas de la cultura, la política y la economía. Parece ser que algunos españoles confunden España con Castilla o, en el mejor de los casos, con el castellano. Cuando he escrito sobre el teatro español yo siempre he incluido, y con mucho esmero, a los autores, directores y actores catalanes. Porque yo sí creo que son españoles y quiero y defiendo que sigan siéndolo.

Muchos catalanes han metabolizado ese desprecio continuado que desde la cultura y la política ejercida desde la capital del reino se les ha aplicado. Y el desprecio ─y en algunas ocasiones, la fuerza y el odio─ ha engendrado en muchos de ellos un odio visceral que ha repercutido en la creación de movimientos y partidos independentistas. Salvajadas se han oído a porrones entre sus bases y sus dirigentes. Yo también escuché aquello de “¡a por ellos, oé!”. Odio engendra odio.

El procés fue una locura y un enmierdamiento mutuo que algunos han entendido y otros no. Vinieron los juicios, los jueces y la pandemia. Algunos dirigentes se han pegado varios años de cárcel y otros no. En 2015, en plena escalada del procés, los partidos independentistas obtuvieron 72 escaños y los demás 63. Tras la disolución del parlamento por el artículo 155 de la Constitución, la cosa no cambió mucho: los partidos independentistas obtuvieron 70 escaños y los demás, 65. Ahora, con una política diferente, los partidos de la independencia han sumado 61 y los demás 74. ¿Hay diferencias?, sí, evidentes. No voy a defender, ni siquiera a sermonear, sobre esas diferencias. Que cada uno medite en su casa. Pero sí quiero resaltar lo siguiente:

En 1999 se produjo el llamado Pacto del Majestic, donde el PP de Aznar cedió sus votos (9,60% y 12 escaños) a CiU (38,05% y 56 escaños) y proclamó President de la Generalitat al Honorable Jordi Pujol (que llevaba desde 1980 acaparando el poder en Cataluña), a cambio de mutuo apoyo en el parlamento español. La historia es inmisericorde si se pone delante de Cuca Gamarra, Isabel Díaz Ayuso o el bamboleante Núñez Feijóo, que dan pena por no saber leer o no repasar lo leído.

Dan pena cuando tanto ellos como la extrema derecha española afirman que el PSOE es un partido independentista o anticonstitucionalista. Ni lo es ni lo ha sido nunca. Como no lo fueron ni Podemos, ni la mayoría de los Comuns. Simplemente han sido demócratas, no como aquellos que gobiernan con una extrema derecha que persigue dinamitar la Constitución (ilegalización de partidos, supresión de las Autonomías, abolición de derechos de la mujer o de los inmigrantes, fulminación de la sanidad y la educación públicas, etc). Quieren aplastar al independentismo por la fuerza, militar y patriótica si es preciso. Otros tenemos otras ideas que van por otros caminos. Y no olvidamos que tenemos delante a otros patriotas, tan necios como los nuestros, que persistirán en sus mensajes de rencor y en la reactivación de un proceso ante el que una mayoría de catalanes dijo no.