“El estudio sobre el tardofranquismo y la oposición social que se alargó frente a él hasta el término de la Transición, está siendo objeto de estudio, también en nuestro Aragón, de forma muy necesaria.”
El plazo ampliado, en la última ley de memoria democrática estatal, hasta 1983 es enormemente clarificador y significativo. Anteriormente, en la ley de 2007, las fechas a tener en cuenta para aplicar dicha normativa acababan en el año 1975, con la muerte del dictador; en ambos casos, el comienzo del período temporal era, lógicamente, 1936 año del golpe de Estado contra la Segunda República Española. Esto es relevante, porque en 1981 todavía hubo un nuevo intento de golpe de Estado contra la nueva democracia española.
Esa ampliación del período temporal abarcado por la nueva ley, pone el foco en la llamada Transición española. Es indudable que, en el tiempo que va desde la muerte del dictador hasta el asentamiento de un gobierno de izquierdas en España, el franquismo siguió haciéndose valer por todos sus medios: policiales, paramilitares, judiciales y, en fin, a través de los llamados “poderes fácticos”.
La Transición distó mucho, a pesar del edulcorado relato oficial del nuevo régimen democrático surgido en el 78, de ser un proceso ejemplar. Pero no voy a entrar aquí ahora a revisar un período que creo necesita de una mayor clarificación en la historia reciente de nuestro país. El estudio sobre el tardofranquismo y la oposición social que se alargó frente a él hasta el término de la Transición, está siendo objeto de estudio, también en nuestro Aragón, de forma muy necesaria, en mi opinión.
Pero lo que aquí quiero destacar es que, efectivamente, en aquellos años, teníamos la perspectiva de crear un nuevo país. Un país moderno, con infraestructuras y servicios renovados, con paisajes urbanos equiparables a los europeos; un país con mejores prestaciones para la población, sin censura, con participación ciudadana.
Obviamente, para los que peinamos canas hace tiempo, es cierto que “a este país no lo va a reconocer ni la madre que lo parió”, como decía Alfonso Guerra (cuando todavía se le podía escuchar).
Se creó, paralelamente, un discurso nuevo, que se venía atisbando y fraguando entre la población, y que, por fin, se iba articulando en la sociedad. Era un discurso feminista, ecologista, anti homófobo, antixenófobo, liberador y tolerante, incluyendo también, las reivindicaciones memorialistas. Todo ello producto de que se pudieran, tras tantos años grises, manifestar libremente los ansiados derechos democráticos. Es lo que se podría resumir como discurso progresista.
Por supuesto que este progresismo, junto con un nuevo lenguaje políticamente correcto, no gustó a todo el mundo.
Una vez absorbidas las últimas huestes del franquismo dentro de Alianza Popular (luego Partido Popular) muchos de sus militantes tenían que aceptar esta nueva corriente sociocultural para despejar las dudas, legítimas, sobre su pedigrí democrático.
Pero los tiempos avanzan y el péndulo cambia de posición. Ahora lo nuevo es, como siempre, ir contra lo anteriormente establecido: la llamada “dictadura progresista”, de esa forma las fuerzas ocultadas (que no ocultas) de la extrema derecha reivindicativa del franquismo, hace bandera, de ésta supuesta “revolución” ante cierta juventud desinformada por la democracia sobre la reciente historia de España.
El viejo veneno servido en copas nuevas.
Parte de esa “guerra cultural” que se opone al feminismo y dice que no existe la violencia de género, que niega el cambio climático y se opone a los esfuerzos por combatirlo, que quiere volver a recortar los avances en la defensa de los derechos LGTBI+, como no podía ser de otra manera, también quiere anular todos los avances conseguidos en materia de memoria democrática.
El discurso asumido, no sólo por la extrema derecha, es el del último franquismo. El conflicto brutal acaecido en España en la tercera década del siglo XX no habría sido provocado por el golpe de Estado, sino que comenzaría con la llegada de la República.
La República era considerada por la derecha como un régimen antinatural para España. Los detentadores del poder de siempre, se sentían cómodos bajo regímenes de monarquías autoritarias y dictaduras y nunca asimilaron la llegada de la democracia a España. Para ellos lo natural era el orden jerárquico a todos los niveles también en lo político, por lo que el sistema electoral liberal del Estado para el franquismo sólo llevaba al caos y al libertinaje, obviando las injusticias ancestrales en España y los intentos de la República por paliarlas.
La derecha siempre consideró un exceso cualquier intento reformador.
Por tanto, para ellos, las víctimas del franquismo simplemente no existían. Hubo una “pelea de abuelos”, como dicen en sus discursos actuales, una lucha fratricida entre los antiespañoles, rojos, ateos y comunistas, y los defensores de la España eterna y de la fe, ganaron estos últimos y las aguas volvieron a su cauce, punto final.
Los miles de asesinados no importaban. Los muertos por las “hordas rojas” ya fueron recuperados a costa del Estado a raíz de un decreto de 1940, los demás quedaban al margen.
Lo malo es que, para ellos, siguen sin importar ahora. Todo relato que se aleje de la historiografía oficial franquista es considerado tan panfletario como cualquier boletín del propio régimen anterior.
Todas las culpas resultaron absueltas con el artículo de “ley de punto final” que ocultaba la tan deseada ley preconstitucional de amnistía de 1977.
Por tanto que insistan hoy, los familiares de esos “rojos, que más les valdría estar callados” según toda la derecha, en reivindicar la memoria de esos asesinados olvidados en cuerpo y biografía por el Estado español, es una molestia innecesaria.
La última llegada de la derecha aliada a la extrema derecha al poder, en alguna de sus parcelas, nos debería hacer pensar en las consecuencias que tendría que accedan a su ansiada bancada azul.
Están desplegando toda su artillería: censurando y coartando todo lo que no les gusta, mostrando su verdadera faz antidemocrática, legislando en negativo, despreciando a las víctimas del franquismo que nunca han sido resarcidas y hoy ni siquiera respetadas.
Es el huevo de la serpiente, que siempre está ahí y ahora, de nuevo, esta eclosionando. Toda sociedad democrática lo alberga en su interior.
Es tarea de todos que la serpiente no crezca pues, si lo hace, como ya sucedió en la historia no tan lejana de Europa, nos devorará a todos.
Estamos a tiempo.