“Esta derogación no se va a quedar ahí, si nos quedamos quietos seguirán desmontando ante nuestros ojos todos los escasos logros hasta ahora conseguidos. Hoy la revolución se llama participación: la democracia será participativa o no será. Hay que moverse. Nos va nuestro porvenir en ello”.

 

En las democracias poco participativas, como la nuestra, los partidos son simples maquinarias construidas para la consecución de votos. Ya, desde antaño, cuando comenzaron a expandirse por el así llamado Occidente los sufragios universales, la propia burguesía, hasta hacía poco revolucionaria, se asustó de su propio invento. ¿Cómo era posible, por mucha declaración de los Derechos Humanos que existiera, que el voto de un acaudalado burgués, culto y persona de “buenas costumbres” valiera lo mismo que el de un destripaterrones, analfabeto, sucio y vicioso? Pronto se dieron cuenta de que, cuanto más inculta era la masa, se volvía más manipulable por lo que se maniobraba para conseguir una gran abstención. Ya lo decía Bertrand Russell, a través del voto de los tontos se consigue desarmar a los inteligentes.

Se maniobraba para conseguir una gran abstención, un gran voto cautivo y una desinformación basada en los más bajos instintos. La cosa funcionó y sigue haciéndolo ahora, convirtiendo al capitalismo y la democracia representativa en el paradigma político social que todavía impera en los así llamados por sí mismos “países libres”.

Uno de los aspectos destacados y que, como digo, ha llegado incólume hasta nuestros días es la tergiversación y la desinformación, que no es nada nuevo. Los medios de comunicación hoy son más influyentes que nunca, y no porque hayan superado sus propios estándares de perfección, esos hace mucho que los perdieron una mayoría de ellos, sino porque todos llevamos el telediario encima y ahora no hace falta esperar a las tres para informarnos como antaño. Si a esto le unimos que la falsedad llamativa vende mucho más que el antiguo empeño de contar bien una verdad objetiva, ya tenemos el cóctel perfecto: la sociedad obtiene morbo, los periódicos (empresas con ánimo de lucro al fin y al cabo) venden más y los verdaderos poderes se sienten bien servidos.

La democracia española empezó mal. El dictador murió en la cama, aquí nuestras guerras coloniales eran guerritas en comparación con las de la otra gran y longeva dictadura peninsular, por lo que el ejército acabó allí tomando cartas en el asunto; mientras, aquí encerrábamos a los militares demócratas de la UMD.

La correlación de fuerzas, la intervención entre bambalinas de alguna potencia extranjera y el convencimiento, por elementos fundamentales del Régimen, de su propia decadencia nos llevaron a lo que hemos llamado “transición española”.

Un rey corrupto, ya entonces, impuesto por el dictador, se pondría al frente de la nueva monarquía parlamentaria, guiando el timón del gobierno un exministro secretario general del movimiento, todo valía para que no hubiera otro enfrentamiento bélico nacional, que todo cambie para que todo siga igual como se afirma en El Gatopardo, eran lentejas, o las tomas o las dejas.

Una realidad muy alejada de la idealización que nos vendieron posteriormente como una modélica transición: desmovilización del movimiento obrero mediante, se consumó la victoria de 1939 con la ley que, presentada como un gran logro de la izquierda, otorgó la amnistía en 1977 a todos los asesinos franquistas.

Esto creaba una situación incómoda, por lo que las fuerzas políticas opositoras y no, de nuestro país, incluso cuando tuvieron la fuerza parlamentaria suficiente, decidieron olvidar ese poco decoroso pasado.

Todo el aparato franquista se mantuvo incólume. Durante la nueva democracia, no es ya que no se hicieran verdaderas políticas memorialistas para superar ese reciente pasado traumático e injusto, es que se decidió olvidar el tema, dejarlo correr, que se vayan muriendo los sobrevivientes, el muerto al hoyo y el vivo al bollo, todo muy español.

De ese desconocimiento planificado vienen muchos de los males actuales en grandes aspectos de nuestra vida. Hay millones de jóvenes en nuestro país que no saben, porque nadie se lo ha explicado en su correspondiente temario, que cuando la extrema derecha se hace con el poder se retrocede en derechos fundamentales y, en los casos en que puede hacerlo, ya no lo suelta.

Sí, claro que hay muchas más implicaciones para entender la situación política actual en nuestro país y en gran parte del mundo: una desafección por la democracia pues está mucho más enfocada a mantener las estructuras del poder capitalista, no controlado por la soberanía popular, que en resolver los problemas de la ciudadanía.

Así, cuando aparece un tipo con una motosierra o unos negacionistas, machistas y xenófobos que odian todo lo que huela progresismo, muchos de los que van a perder sus cabezas bajo la política de estos individuos, les votan.

La derecha de este país sigue sin asumir la democracia. No le parecen legítimos más gobiernos que los suyos, es lo natural como dice su líder: “dejen en paz a las gentes de bien”. Y su ideólogo principal: “el que pueda hacer, que haga”.

Nuestra derecha ha dejado paso a la extrema derecha siempre que la he necesitado.

En realidad es una receta de índole mundial: y vienen mal dadas.

Las continuas crisis del capitalismo son sistémicas, no extraordinarias. Van concentrando más y más la economía y el poder para controlar a las masas que previsiblemente acabarían explotando. Existen los métodos básicos: represión y convencimiento y así ir a por un cambio de paradigma. En esas estamos.

La derecha española no pone ni una idea nunca encima de la mesa, por eso son conservadores. Solo aplican las que necesitan para controlar más al obrero y a la ciudadanía. En general, ya les va bien, poco más tienen que hacer con unas estructuras que les son tan favorables.

Así, en cuanto llegan, gobiernan en negativo: derogación de leyes que no les gustan, censura a la cultura que les resulta molesta, eliminación de derechos, persecución del diferente y del migrante, por pura intolerancia y racismo, incremento de los negocios con los amiguetes (siempre tranquilos porque las fuerzas de orden público y la judicatura están de su parte, los porcentajes de conservadurismo en estos estamentos sociales hablan de un 70% aproximadamente).

Ya lo dije al principio: ¿por qué la gente vota a quien le machaca? todos sabemos que no hay tantos ricos como para tener los índices de voto de los que gozan, pues bien y en resumen: unos medios de comunicación afines, unas instituciones cada vez más depauperadas y desprestigiadas, una abstención creciente, un desapego por la política, unos populismos que invocan las más bajas presiones del electorado, junten todo esto y verán un cóctel muy poco democrático y muy preocupante; pero eso no importa si lo que se consigue es retener hasta ese 20% de poder que, a veces, les “hurtan” a pesar de todos estos esfuerzos las urnas.

La democracia es una molestia para los detentadores del verdadero poder.

Para quienes seguimos pensando que el orden nacional e internacional es profundamente injusto y que alguna vez habrá que cambiarlo, la lucha por evitar que los logros hasta ahora conseguidos con tanto esfuerzo se diluyan, es una cuestión vital.

Si la democracia nunca ha sido en nuestro país realmente participativa, habremos de esforzarnos para que lo sea.

Debemos volver a responder a cada agresión antidemocrática sin esperar cuatro años a ver si suena, esta vez, la flauta.

Si nosotros no ocupamos el espacio que nos corresponde, como ciudadanos y ciudadanas, alguien lo hará, estemos seguros de ello.

Entretanto, la situación de la juventud actual no es precisamente muy halagüeña, les toca volver a los tiempos de las  contestaciones y la rebeldía. Ahora no tenemos un dictador enfrente, los capitalistas no llevan chistera, pero no nos equivoquemos, los retos democráticos siguen estando ahí y habremos de luchar mucho más en estos tiempos, de nuevo belicistas, de auge de las nuevas formas de fascismo. Nos va nuestro futuro y el del planeta en ello. Nadie lo va a hacer por nosotros.

Esta derogación no se va a quedar ahí, si nos quedamos quietos seguirán desmontando ante nuestros ojos, todos los escasos logros hasta ahora conseguidos.

Hoy la revolución se llama participación: la democracia será participativa o no será.

Hay que moverse. Nos va nuestro porvenir en ello.