“Con un nombre sé nombrar,
¿te lo nombro?, un mundo entero.”
(La Ronda de Boltaña)
Los estudiosos coinciden en apuntar la inmensa riqueza toponímica de Aragón, acorde con su complicada geografía, la impresionante diversidad de paisajes, y la abundancia de sucesos históricos que han tenido lugar en nuestro país. Tanto es así que el Instituto Geográfico de Aragón tiene catalogados en nuestra comunidad del orden de 2 millones de topónimos.
Cada topónimo es un tesoro que guarda las vivencias y recuerdos de toda una comunidad y prácticamente no hay paraje que no tenga su nombre. Unos nombres que se fueron transmitiendo oralmente de generación en generación y que solo en los últimos decenios han sido recopilados de una forma más o menos sistemática. Entre tanto son miles los nombres que se han perdido por el camino, al ya no haber nadie para recordarlos: hoy la sociedad aragonesa rural está envejecida, y en amplias extensiones de montaña incluso desmantelada. En algunos lugares el último abuelo que nos podría relatar los nombres de su lugar ya ha muerto…
Afortunadamente han sido muchos los estudiosos –a menudo de fuera de Aragón- que se han interesado por este fascinante patrimonio inmaterial, dando lugar a múltiples publicaciones, casi siempre referidas a ámbitos locales. Algunos topónimos son auténticos fósiles que nos invitan a sumergirnos tras la huella del pasado.
Viajando al pasado
De este modo, si queremos entender nuestra toponimia es preciso acercarse a la lengua aragonesa, pues a través de ella se explican gran parte de los nombres de nuestra Comunidad. Todo ello sin olvidar la presencia secular del catalán en la región oriental de Aragón. Por el contrario, el castellano – pese a ser la lengua dominante de Aragón en la actualidad- llegó de forma tardía, con lo que su influencia en la toponimia no es tan notable. Al menos en lo que se refiere a la toponimia tradicional.
Antaño hablado en casi todo Aragón (salvo la zona de habla catalana) hoy en día el aragonés más puro subsiste a duras penas en los valles pirenaicos, Prepirineo y Somontano. Sus agrestes parajes son el último refugio.
Lo cierto es que la mayoría de los topónimos de Aragón tiene raíces romances, si bien hay un pequeño porcentaje de topónimos con raíces más antiguas. También se presentan etimologías con reminiscencias célticas, árabes o germánicas. Efectivamente, la toponimia no sólo refleja la lengua viva, sino que además nos muestra sus aspectos más arcaicos, por lo que es preciso profundizar en los orígenes.
A través de la toponimia, descubriremos una Historia que comienza hace miles de años, cuando la lengua imperante en Aragón bascularía entre lo íbero y lo vascónico… Zuriza, Agüerri, Guarrinza. Sobre esa vieja lengua -varios siglos antes de la llegada de los romanos- arribaron al Pirineo oleadas de gentes de Centroeuropa, que se han dado en llamar celtas. Pueblos guerreros e industriosos que edificaron bastiones defensivos y los bautizaron con nombres que nos dan la pista sobre sus fundadores: Berdún, Nabardún, Ballabriga, Bergua, Broto, Bielsa…
La llegada de los romanos a Iberia, hace unos dos mil años, fue otro de los momentos más decisivos de nuestra historia. Su cultura refinada y su elevado nivel de organización se impusieron sobre los toscos pueblos que habitaban la Península. La introducción de importantes novedades tecnológicas y constructivas, vino acompañada de la progresiva implantación de su cultura y su lengua latina; lengua que evolucionaría progresivamente hacia un romance aragonés.
En la toponimia, que es lo que en este momento nos interesa, la dominancia de términos romances es abrumadora. Como curiosidad se pueden citar una serie de nombres que hacen referencia a uno de los principales legados de los romanos: sus vías de comunicación. Así, lugares como Tierz, Cuarte, Quinto, Siesto, Siétamo, Utebo, Nueno nos recuerdan los hitos de las calzadas situados, precisamente, a tres, cuatro, etc. millas romanas de la ciudad de referencia. En el caso de Quinto de Ebro, por ejemplo, ésta era la desaparecida Julia Lépida (Celsa).
Casi coincidiendo con la culminación de la romanización en Aragón, se produjo en el sur de Europa un suceso de gran trascendencia histórica y lingüística: la colonización de la Península Ibérica por los árabes procedentes del Norte de África. Su influencia se extendió por la inmensa mayoría del actual territorio aragonés dejando su rastro en topónimos como los de los ríos Guatizalema y Guadalaviar, en los de fortalezas y castillos como Alcalá, Calatayud, Calatorao (de Al-Qalat; el castillo), Alquezra (alcázar o castillo fuerte), Albalate (Al-Balat; el camino), Almunia (Al-munyah; el huerto), Alcañiz, y otros muchos.
Un patrimonio pisoteado
La despoblación, el abandono y la pérdida de la identidad cultural están contribuyendo a una degradación de la toponimia aragonesa.
En primer lugar, el desconocimiento de la cultura autóctona, ha llevado a la cartografía oficial a cometer diversos errores. Los casos más llamativos los podemos encontrar en la zona pirenaica, que ha sido con diferencia la más cartografiada y cuya toponimia podría decirse que la más “manoseada”.
Se han deformado muchos nombres hasta hacerlos incomprensibles. Por ejemplo, el Tozal des Bocs (boc, boque, buco = cabra) aparece en los mapas como “Pico Box”. Sin duda, la adopción de una grafía castellana para un topónimo aragonés origina estas situaciones ridículas. Es también frecuente que los topónimos mayores aparezcan castellanizados en el Nomenclátor actual, como el caso de Echo, que aparece precedido de una “h” innecesaria, o L’Aínsa que frecuentemente es privada del artículo…¡por fortuna el lugar de Chodes no ha visto sustituida la genuina “ch” aragonesa por una “j” más castellanizadora como ha ocurrido en otros lugares!
El mayor prestigio del lenguaje escrito sobre el oral, exige un cuidado especial a la hora de escribir los topónimos, pues la influencia de la letra impresa puede llegar a ser demoledora.
Otras veces, la deformación toponímica ha surgido de la idea de un Pirineo “bipolar”, esto es, con dos focos culturales en los extremos vasco y catalán, quedando Aragón relegado a una mera zona de transición sin personalidad propia. Esta idea, que niega la esencia misma de lo aragonés, ha sido alimentada por algunos etnólogos poco informados o malintencionados, que han llegado a escribir auténticos disparates al respecto. Sin embargo, el principal “enemigo” lo tenemos en casa. La actitud pasiva, cuando no negativa, de muchos aragoneses hacia la cultura pirenaica es un factor de aculturación, seguramente mucho más grave que cualquier agresión “externa”.
En esta tierra nuestra tan hospitalaria -que nos lleva hasta a renunciar a lo propio- no hemos tenido ningún problema en aceptar nombre como el de “Monte Perdido”, que no es sino una traducción del francés “Mont Perdu”, nombre con el que algunos montañeros del país vecino rebautizaron al hermoso cordal de Treserols.
La Comisión Asesora de Toponimia de Aragón
Con estos antecedentes, en 2016, siendo José Luis Soro consejero de Vertebración del Territorio, Movilidad y Vivienda se publicó una Orden por la que se creaba la Comisión Asesora de Toponimia de Aragón.
Se configuró como un órgano colegiado de carácter consultivo para la determinación de los nombres geográficos a incluir en el Nomenclátor de Aragón. No en vano, la correcta denominación de la mayoría de los topónimos corresponde al gobierno autonómico, con la excepción de los de ámbito municipal o los que son competencia del Estado, como los vértices geodésicos.
Por lo que respecta a su composición, en esta Comisión participan, además del Gobierno de Aragón, la Institución Fernando el Católico, el Instituto de Estudios Altoaragoneses, el Instituto de Estudios Turolenses, la Universidad de Zaragoza y reconocidos expertos en materia de toponimia. De este modo, en la Comisión se han dado cita los mayores expertos aragoneses sobre toponimia y geografía.
Entre su creación en 2016 y su extinción de facto tras la llegada del Gobierno PP-Vox en 2023, la Comisión se reunió 30 veces, revisando más de 6.000 topónimos que fueron elevados Consejo de Cartografía de Aragón para su posterior aprobación. En dicho Consejo están representadas las Comarcas, las Diputaciones Provinciales, la Universidad de Zaragoza y el mismísimo Instituto Geográfico Nacional.
Prueba del excelente trabajo realizado por la Comisión, que en todo momento contó con la opinión y asesoramiento de los ayuntamientos implicados, es que el Consejo de Cartografía de Aragón aprobó por unanimidad el 100% de los topónimos propuestos.
En este contexto de colaboración entre distintos agentes sociales y políticos, fue posible sacar adelante una colección de folletos toponímicos de la mano de asociaciones, de ayuntamientos y también de entidades como el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido.
El proyecto “tresmiles”: como muestra, un botón.
Los primeros exploradores del Pirineo fueron gente ilustrada que llegaba de Francia, y la mayoría eran personas maravillosas que realizaron una labor encomiable.
Era el siglo XIX y la información que se tenía de nuestra cordillera era muy limitada, y no siempre estos montañeros eran conocedores de la toponimia tradicional, lo que les llevó a rebautizar las cumbres con unos topónimos de “nuevo cuño” que no tardarían en arraigar con fuerza en los ámbitos “montañeros”, que no en los “montañeses”. Al fin y al cabo, la influencia y el poder de la “comunidad montañera” es cada vez mayor, frente a una cultura montañesa en decadencia.
El recurso más frecuente para rebautizar fue la utilización de patronímicos, es decir, nombres de personas. Aunque mucho ha llovido desde entonces, la mayoría de estos nombres han llegado hasta nuestros días, de modo que algunas cimas son conocidas por el nombre de intrépidos pirineístas, tales como el conde Russell, un espíritu romántico que siempre será recordado con cariño entre los amantes del Pirineo. O como el geógrafo bordelés Schrader, cuyo nombre usurpó por un tiempo el de la Punta Acuta (Torla) o la punta de Bachimala en Chistau.
La afición por rebautizar con nombres inventados, ignorando el nombre autóctono, encontró un campo abonado en un territorio culturalmente mutilado, víctima de una política territorial que contribuyó a dejar casi 200 pueblos deshabitados en la montaña aragonesa. Un territorio semivacío y aparentemente “de nadie” resultó ideal, no sólo para la aventura pirineista en la frontera salvaje, sino también para el expolio del patrimonio material e inmaterial. Un territorio en el cualquiera llegaba y se hacía el dueño virtual, rebautizando cumbres a su antojo hasta con el nombre de sus amigos, como ocurriría más adelante en algunos libros ajenos a la realidad altoaragonesa. El caso más famoso fue el de Juan Buyse un belga ex oficial nazi y afincado en Cataluña que fue autor del libro “los tresmiles del Pirineo”.
Fue precisamente esa obra y sus secuelas la que impulsó a la recién creada Comisión Asesora de Toponimia de Aragón a abordar como primer trabajo – algo así como un “proyecto piloto”- la revisión de los “tresmiles” del Pirineo aragonés, recuperando los nombres originales de las 160 montañas de más de tres mil metros que hay en Aragón. La situación de confusión de nombres entre las distintas fuentes y la suplantación de la toponimia autóctona que se había ido produciendo en las últimas décadas, justificaba sobradamente este proyecto.
La recuperación de los nombres autóctonos se enmarcó dentro de los esfuerzos por conservar el patrimonio inmaterial que constituye la toponimia de Aragón.
En el proceso de elaboración de la lista de nombres se llevaron a cabo diversas acciones, incluyendo recopilación de una decena de fuentes cartográficas oficiales y de publicaciones, entrevistas a informantes de la zona y consulta formal a los municipios implicados, algunos de los cuales promovieron la participación ciudadana.
La lista de nombres propuestos se presentó al Consejo Cartográfico de Aragón, que la aprobó por unanimidad en su reunión de 29 de mayo de 2017. En este listado de “tresmiles” se suprimieron bautizos realizados por las primeras cartografías francesas, que recuperaban sus nombres tradicionales, si bien se optó por conservar los nombres de pirineistas en otros picos en los que no constaba una denominación tradicional conocida. En otros casos, se conservaba la referencia a los pirineistas, pero priorizando la denominación aragonesa.
Todo ello nos recordaba a lo que había ocurrido en Estados Unidos apenas unos años atrás. En aquel país, la cumbre más alta recuperó oficialmente su nombre original atabascano, Denali, gracias al colectivo de montañeros de aquel país tras más de 100 años de figurar como el monte McKinley: un nombre puesto por el “hombre blanco” en honor a quien fue presidente de los Estados Unidos, William McKinley.
Por alguna razón ingenua fuimos muchos los que intuíamos una actitud similar por parte del montañismo aragonés. Pero no fue así.
Tras la aprobación de la lista de los “tresmiles” hubo una reacción furibunda por parte de algunos sectores montañeros. Desde Madrid, desde Cataluña…¡y también desde Aragón! se llegaron a publicar artículos comentarios vergonzantes. Lo cierto es que el rechazo a la lista oficial de los “tresmiles” del Pirineo Aragonés no fue capaz de articular ni una sola crítica concreta a ninguna de las 160 cumbres nominadas. Se llegó incluso a hablar de “rebautizar”, cuando lo que se había hecho era precisamente lo contrario: devolver a las cumbres pirenaicas sus nombres originales en la medida de lo posible.
A falta de otros argumentos mejores, hubo también quien se apresuró a descalificar la propuesta de la Comisión Asesora de Toponimia de Aragón por una presunta vinculación de sus miembros con el nacionalismo aragonés. Ya que no podían cuestionar el trabajo realizado, se decantaron por una descalificación ad hominem.
Bien es verdad que siempre se trató de una respuesta minoritaria pero la vehemencia de unos pocos, como el periodista ya fallecido Alberto Martínez Embid, y su acceso al altavoz de Heraldo de Aragón amplificaron lo que no dejaba de ser una algarada sin mayor recorrido. Se quejaban algunos de que a ellos no se les había preguntado, como si los montes fueran suyos. ¿Qué es lo que se les tenía que preguntar? ¿Cómo llamaban los naturales del país a sus montes? Eso ya se lo habían dicho a la Comisión y, de hecho, los dueños reales de estas montañas, representados en las autoridades municipales de los 10 ayuntamientos que albergan “tresmiles” en su territorio, sí que fueron puntualmente consultados.
Lo que ocurrió con el “proyecto tresmiles” nos recuerda que hay que seguir reivindicando nuestro patrimonio para que no solo podamos disfrutar de él nosotros sino también nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos.