“Lo radical se emparenta con lo irracional, lo desaforado y lo violento. Pero en realidad mostrarse radical implica, sencillamente, ir a la raíz, buscar el origen de las cosas para entenderlas mejor. A veces, para alcanzar soluciones a los problemas, hay que ser radical”.
El termino “radical” tiene mala prensa: como “cínico”, como “maquiavélico”, es una de esas palabras cuyo significado original se desenfoca, pervierte y desnaturaliza. Lo radical se emparenta con lo irracional, lo desaforado y lo violento. Pero en realidad mostrarse radical implica, sencillamente, ir a la raíz, buscar el origen de las cosas para entenderlas mejor. A veces, para alcanzar soluciones a los problemas, hay que ser radical.
Ir a la raíz nos ayuda a encontrar el sentido a nuestra propia existencia y nuestro lugar en el mundo. Conocer nuestras raíces nos permite saber de dónde venimos y quiénes somos. Nos ayuda a proyectar nuestro itinerario vital y a decidir a dónde vamos. Nos empuja a compartir ese conocimiento, a establecer lazos, a crear comunidad y a construirnos como sociedad.
Las raíces se hacen uña y carne con el territorio, se nutren de la materia del suelo. Sobre ese fundamento crece todo lo demás porque el arraigo es base de crecimiento. Para conseguir que lo que queremos y nos importa viva y permanezca, tenemos que regarlo (procurarlo, cuidarlo). Hemos de cultivarlo: hemos de hacer cultura.
El paralelismo entre naturaleza y cultura no es demasiado original, ni lo es aludir al parentesco entre un árbol y un libro (los dos tienen hojas, la madera del primero es el futuro papel del segundo). Pero, de vez en cuando, no está de más caer en simplificaciones ni visitar lugares comunes si eso nos ayuda a comprendernos mejor a nosotros y a nuestro entorno.
Por eso me gustar contar, por ejemplo, que el pasado 15 de junio, en Moros, el Gremio de Editores de Aragón (AEDITAR), con participación activa e imprescindible de vecinos y vecinas de la localidad, inauguró un rincón de lectura de cara al Manubles como acción de su “Bosque de los Editores”. Este proyecto busca propiciar la plantación de árboles como una especie de “compensación” por la merma que a la masa forestal provoca el gasto de papel y por la huella de carbono generada por la actividad editorial. Se trata más bien de desenmascarar tópicos y, en el fondo, de manifestar un compromiso.
El Bosque de los Editores (llevado también en años anteriores a Azuara y a Muniesa) tiene un planteamiento puramente simbólico y testimonial pero, al combinar cultura y medio ambiente como dos elementos fundamentales de desarrollo, ayuda a avivar conciencias en torno al fenómeno de la despoblación rural y llama la atención sobre problemas concretos. Como los que de forma muy específica ha tenido que afrontar Moros: un pueblo castigado por el fuego hace dos veranos, que no renuncia a su futuro.
Por eso me parece una mala noticia que proyectos culturales estimulantes como el festival El Bosque Sonoro, en Mozota, tengan que echar el cierre ante la indiferencia de instituciones (que no perciben que apoyar la cultura y las iniciativas locales es vertebrar territorio) y de empresas con una visión chata de la rentabilidad.
Pero, puestos a buscarlos, contemplemos y celebremos los brotes verdes: no faltan en muchos de nuestros pueblos actuaciones que, emprendidas y mantenidas desde dentro, combinan patrimonio, identidad y autoestima. Arraigadas, con raíces firmes, levantándose y mostrándose con orgullo.