“El acuerdo de Mesa y Junta [de las Cortes de Aragón] no tiene nada que ver con lo que prevé el mismo, ni una palabra sobre algún ámbito de actividad en el que se ha distinguido por su excelencia la destinataria de la medalla, ni una palabra sobre su defensa de los valores o la identidad de Aragón”.
Es muy habitual que las instituciones y organismos públicos, los medios de comunicación e, incluso, las entidades privadas, otorguen reconocimientos o distinciones, bajo diferentes denominaciones, para reconocer los méritos de personas o colectivos que, con su conducta o a lo largo de una trayectoria, han llegado a encarnar o representar valores que se consideran dignos de ensalzar o han destacado en determinados ámbitos.
Es el caso de las Cortes de Aragón. Su Reglamento, aprobado en 2017, regula la Medalla de las Cortes de Aragón, su máxima distinción, en el artículo 10. Dispone este precepto que la Medalla se otorgará, previa propuesta de la Presidencia o de los grupos parlamentarios, mediante acuerdo de la Mesa y Junta de Portavoces, en favor de personas físicas o jurídicas, u organizaciones o colectivos con pública y reconocida identidad social, que se hayan distinguido por la excelencia en su ámbito de actividad o por la defensa de los valores e identidad aragoneses.
A lo largo de casi cuatro décadas, las Cortes de Aragón han reconocido, con su Medalla, a personas e instituciones de la talla de Ara Malikian, Aspanoa, las personas mayores de Aragón, Paula Ortiz, las mujeres investigadoras aragonesas, la Ronda de Boltaña, la Fundación DFA, el Justicia de Aragón, la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País, la Facultad de Derecho de la Universidad de Zaragoza, CERMI-Aragón y un largo etcétera.
El 10 de mayo de 2024, la Presidenta de las Cortes propuso a la Mesa y Junta conceder la Medalla a Leonor de Borbón. El Grupo Parlamentario Chunta Aragonesista votó en contra de la propuesta, y ningún representante aragonesista asistió al acto de entrega.
Según se expresa en el acuerdo de concesión, «Con esta Medalla, la máxima distinción de la Cámara aragonesa, las Cortes de Aragón desean otorgar a la heredera de la Corona de España, ahora y cuando ejerza la más alta magistratura, el cariño y el reconocimiento del pueblo aragonés, así como el recuerdo imperecedero de un periodo relevante de su vida en nuestra tierra. Las Cortes de Aragón expresan con esta alta distinción el sentimiento de lealtad y respeto hacia la Corona y hacia el ideal de servicio que esta institución simboliza».
¿Y dónde queda la regulación de la Medalla que establece el Reglamento de la Cámara? El acuerdo de Mesa y Junta no tiene nada que ver con lo que prevé el mismo, ni una palabra sobre algún ámbito de actividad en el que se ha distinguido por su excelencia la destinataria de la medalla, ni una palabra sobre su defensa de los valores o la identidad de Aragón. Nada se dice al respecto en el acuerdo de concesión de la Medalla. En realidad, nada podría decirse.
Y es que a la receptora de la Medalla solo se le conoce un mérito: la genética. Todo empezó mucho antes de que naciera, hace 55 años, cuando el dictador Francisco Franco, en 1969, designó como su sucesor en la Jefatura del Estado con título de Rey, conforme a las Leyes Fundamentales del Régimen, al príncipe Juan Carlos, pretiriendo a su padre, que era el llamado a la sucesión con arreglo a las reglas dinásticas. Años más tarde, un referéndum a la totalidad de la Constitución, un sí o no global, blanqueaba el dedazo del tirano. La Constitución le llama «legítimo heredero de la dinastía histórica», pero no es cierto: a quien sucedió fue a Franco. Y, a partir de ahí, la genética se encargó del resto.
Leonor nació hija de su padre. Eso es todo. O casi todo: tuvo la suerte de ser la primera, y, sobre todo, de que de su padre no engendrara después ningún hijo varón. Porque, si hubiera tenido un hermano pequeño, el Rey habría sido el tardano, no ella. Como pasó con su padre: no nació el primero, no era el primogénito, porque tenía dos hermanas mayores. Pero ya se sabe que, en esto de la monarquía, las mujeres no cuentan.
Siempre me ha llamado la atención esa especie de inconstitucionalidad incrustada dentro de la Constitución que es el artículo 57: en el mismo grado, es preferido el varón a la mujer. Tal cual. Es algo impensable e inadmisible en cualquier otro ámbito público o privado… pero es lo que tienen las instituciones arcaicas como la monarquía
Aunque, en realidad, el rechazo de Chunta Aragonesista a la Medalla no va solo de monarquía o república. No se trata únicamente de rechazar que reciba la máxima distinción de nuestro parlamento la nieta mayor del rey designado por el dictador. O de no compartir ese «cariño» o esa «lealtad» hacia la Corona de las que habla el acuerdo parlamentario. Somos ciudadanos, no súbditos. O, por supuesto, de no considerar que esa institución simbolice un «ideal de servicio». ¿A quién sirvió su abuelo? Cometió hechos delictivos en su propio provecho, pero se salvó por ser inviolable (otro anacronismo) o porque habían prescrito.
Es todo mucho más sencillo: se trata, lisa y llanamente, de cumplir el Reglamento de las Cortes. Volvamos a lo que dice su artículo 10. ¿En qué ámbito de actividad se ha distinguido esa persona por su excelencia? ¿En qué momento se ha distinguido por la defensa de los valores e identidad aragoneses? Las respuestas a ambas preguntas son evidentes: ninguno, nunca. Si cursar estudios en Aragón unos años te hace acreedor a recibir la medalla de las Cortes, no habrá medallas suficientes… Y la filiación no es mérito ni excelencia, es genética.