“Es evidente que en toda esta discusión la cuestión era Cataluña. Había que diferenciarse de la bandera catalana aunque fuera yendo en contra de nuestra propia tradición y nuestra historia. El complejo de inferioridad de la derecha aragonesa y “aragonesista” se pone aquí de manifiesto de forma clara y palmaria”.
Durante la segunda parte de los años 70 del siglo pasado se suscitó una polémica en la sociedad aragonesa acerca de cuál debería ser la bandera de Aragón. Lo que hoy puede parecer algo fútil era entonces un asunto importante, pues estaba a punto de constituirse formalmente un “ente” que iba a representar a Aragón (la Diputación General) y su representación iconográfica (a falta de otras competencias de mayor enjundia) era uno de los temas a debate.
Los partidos y organizaciones de izquierda habían venido utilizando desde antes de la Guerra civil (véase el número 1 de Renacimiento Aragonés -1935-), los últimos años de la Dictadura y durante la transición, la bandera cuatribarrada. El PSA añadía como emblema propio una banda azul con tres estrellas rojas y algunas organizaciones una cruz de san Jorge a la izquierda de las barras horizontales. Las diputaciones provinciales adoptaron en 1977 esta misma idea pero con las barras verticales (que el PAR, entonces titular de la presidencia de la Diputación de Zaragoza, adoptó como propia incorporando en su emblema –un mapa de Aragón- una cruz en la parte superior izquierda y las barras verticales en el resto del territorio). Luis Germán decía entonces en Andalán (marzo de 1978) con cierta sorna que era una bandera similar a la de Manresa.
La controversia estuvo en los medios de comunicación (especialmente en el Heraldo) y dio lugar a una publicación en la Colección Básica Aragonesa de Guara Editorial (G. Fatás y G. Redondo, La bandera de Aragón, 1978).
Latía en este debate un evidente complejo de inferioridad respecto de Cataluña. Así lo entiende Luis Germán en Andalán, donde se muestra perplejo de que la polémica siga abierta toda vez que “desde Caspe-76 la bandera barrada parecía haber ganado la hegemonía” y califica de “golpe de efecto” a pocas semanas de unos comicios la elección por parte de las diputaciones de la bandera a que se ha hecho referencia.
La cuestión se cerró pocos días antes del san Jorge de 1978 con la elección por parte de la DGA de la bandera que hoy, sin ninguna polémica, tenemos por oficial de Aragón: las cuatro barras rojas sobre fondo amarillo con el escudo de Aragón inscrito en ellas.
Esa era, ni más ni menos, la propuesta del Congreso de Caspe de 1936, tal como proponía el archivero y cronista Manuel Abizanda y Broto.
La derecha (los llamados “cinco notables” con Moneva a la cabeza) habían apostado por la cruz de san Jorge sobre fondo blanco.
Es evidente que en toda esta discusión la cuestión era Cataluña. Había que diferenciarse de la bandera catalana aunque fuera yendo en contra de nuestra propia tradición y nuestra historia. El complejo de inferioridad de la derecha aragonesa y “aragonesista” se pone aquí de manifiesto de forma clara y palmaria.
El mismo complejo que subyace en todo el debate sobre la lengua de la zona oriental.
Para nuestra derecha actual (no así para la de hace dos décadas que lo veía con naturalidad) llamar catalán a la lengua que hablan los aragoneses del este es una rendición al nacionalismo vecino (“Aragón no es Cataluña”). Poco importa renunciar a la historia y a la cultura propia y ser incoherente llamando castellano a lo que habla la mayoría de aragoneses (“Aragón no es Castilla”). Lo que de verdad interesa supuestamente es “no dar una baza al nacionalismo catalán”, aunque eso implique autoodio y evidencie complejo de inferioridad.
Una paupérrima visión de la historia que ya zanjó el nieto de Fernando el Católico, el arzobispo Don Hernando de Aragón, allá por 1555, cuando escribió una Historia de Aragón cuyo manuscrito se encuentra en la Real Academia de la Historia, en la que decía:
…y la razón por ser más la tierra se hablava acá la lengua limosina o catalana, que el rey don Jaime el Primero y el rey en Per el Quarto escribieron en limosín sus chrónicas, y el reino de Valencia habla catalán, y hasta oy en día todo lo que está en frontera de Cataluña y Valencia, los aragoneses como Monçón y su tierra y Fraga y Favara, Maella, la Torre del Conde, Fresneda, Valderrobres, Vinazeit, Fonespalda, Monrroy y a Aguaviva y toda aquella tierra, con la de Teruel que confrontaron Valencia, todos hablan los aragoneses catalán…
Y es que, como decía Marga Godia, alcaldesa de Mequinenza, refiriéndose a sus vecinos del este: “ellos también hablan catalán”. Un buen ejemplo para la superación de absurdos complejos.
Publicado en Heraldo de Aragón el 30 de mayo de 2024