“A estas alturas tengo el sincero convencimiento de que Aragón no sería el Aragón que hoy tenemos si un grupo de jóvenes universitarios no hubiera fundado, el 5 de marzo de 1977, Rolde de Estudios Aragoneses.”

 

Hace unas semanas mi amigo Ismael Tornos Pina pasó por la sede de Rolde de Estudios Aragoneses en la calle Moncasi de Zaragoza para recoger algunos de los libros que hemos editado en la asociación durante los últimos cuarenta y siete años y algunos de los números antiguos de Rolde. Revista de Cultura Aragonesa. Ismael me escribió para contarme que estaba conociendo muchas cosas de nuestra historia y de nuestro patrimonio y me hacía una pregunta cargada de reconocimiento al trabajo que las personas vinculadas a Rolde de Estudios Aragoneses hemos hecho durante más de nueve lustros: «¿Qué hubiera sido de Aragón si vosotros no hubierais estado allí?». A estas alturas tengo el sincero convencimiento de que Aragón no sería el Aragón que hoy tenemos si un grupo de jóvenes universitarios no hubiera fundado, el 5 de marzo de 1977, Rolde de Estudios Aragoneses. No se conocerían algunas de las cosas que se cuentan en los más de doscientos libros que hemos editado durante este tiempo; ni se hubieran celebrado las conferencias, cursos, seminarios y exposiciones que hemos organizado; ni se hubieran otorgado las becas para jóvenes investigadores que hemos concedido; ni se hubieran publicado los más de ciento ochenta números de nuestra revista…

No me encontraba entre aquellos jóvenes universitarios que en marzo de 1977 se unieron para trabajar por Aragón, pero me considero de la cantera del REA. Eloy Fernández Clemente me dijo que haría bien en estar atento a cuanto se hacía en el REA. Le hice caso y he aprendido mucho de los miembros de esta asociación, de su talante y de su compromiso, de su generosidad y de su tenacidad para sacar adelante proyectos que a cualquiera le parecerían inalcanzables. Me gusta contar que juntos –socios, colaboradores, instituciones y patrocinadores– hemos hecho cosas por generosidad, amor por Aragón y por la alegría de trabajar juntos. En el REA queremos ser –como Juan Pedro Barcelona escribió en 1886 en la dedicatoria a los federales aragoneses en su libro La República imposible y la República inevitable. Cartas a Don Emilio Castelar–, los primeros hoy y los últimos mañana. Queremos ser los primeros para trabajar, retirándonos cuando llegan los reconocimientos personales. Los amigos de Joan Manuel Serrat son unos atorrantes y mis amigos son ese tipo de gente que nunca pasa cuentas, que da mucho y nunca pide nada. Hemos tenido muy cerca buenos ejemplos de esta actitud. Basta recordar, entre otros, a Eloy Fernández Clemente, José Antonio Labordeta o Chesús Bernal.

 

Un país más culto, más justo y más libre

Aunque podemos decir que la cultura aragonesa, entendida en sentido amplio, es nuestro ecosistema natural, en Rolde de Estudios Aragoneses trabajamos para que Aragón sea un país más culto, más justo y más libre. A veces invertimos el orden en el que escribimos y nombramos estos atributos. Estamos convencidos de que se avanza –o se retrocede– en las tres direcciones simultáneamente: la justicia, la libertad y la cultura. Si se cercena una de ellas, se resienten las demás. Las tres se condicionan como si se apoyaran unas en otras.

La tarea de construir un país más culto, más libre y más justo no siempre es fácil. Frecuentemente nos enfrentamos al desprecio de lo propio, al poco amor por nuestras cosas, al autoodio, a la ignorancia de quienes piensan que cualquier cosa de fuera es mejor que lo de aquí, a los que no han descubierto que amar Aragón es lo natural, a la apatía del para qué que siempre paraliza proyectos y nos roba las ilusiones.

En psicología social se ha descrito una conducta llamada el síndrome del espectador que podemos resumir en el comportamiento de las personas que se inhiben, que no asumen ninguna responsabilidad ni dan muestras de compromiso alguno ante una injusticia o ante una situación que les alarma, les incomoda o representa un peligro. El sujeto espera que otros, a quienes supone más competencia, más autoridad o más fuerza sean los que actúen. El espectador piensa que otros se ocuparán de lo que él mismo cree que debería hacerse, pero que no lo hace amparándose en que no es su responsabilidad.

En Aragón encontramos ejemplos de este síndrome cuando creemos que alguien cuidará lo nuestro; alguien velará por los derechos de todos; alguien estará pendiente del bienestar de las personas que queremos; alguien defenderá nuestro patrimonio de la piqueta; alguien se ocupará de que nuestras lenguas no mueran; alguien protegerá las montañas y los ríos; alguien dará oportunidades a los jóvenes; alguien apoyará la cultura; alguien impedirá que se recorten las inversiones en educación, en sanidad y en políticas sociales de apoyo a los más débiles; alguien se ocupará de que tengamos el autogobierno que precisamos… El espectador se equivoca siempre. Nunca nada sucede como el espectador espera. Hemos de actuar. Hemos de convencernos de que si no hacemos las cosas nosotros, no las hará nadie. Si no consideramos nuestros paisajes, nuestra historia, nuestro patrimonio, nuestra gente –los que han nacido aquí y los que han querido quedarse para trabajar junto a nosotros– como algo esencial, como algo que necesitamos para vivir y para explicarnos, para ser y para existir, nadie hará nada para protegerlos. Seremos menos cultos, menos libres y viviremos en un país menos justo.